martes, 5 de febrero de 2019

Asco y miedo en Caricuao.

Luego de amenos flameos, sediento, fui a por una birra en la licorería de ''Las Asperezas ya Inundadas''.

¿Me acercaría esa botella? pregunté casi demostrando indisposición —. Al abrirla, alaridos de enojo y sollozos fue lo que al piso derramé. No había visto el precio y mucho menos la etiqueta pero, para cuando lo hice, la muy pasiva lectura de sus componentes y características pronunciaban que era muy tarde. El misterioso frasco contenía de alquitrán, canciones de metro, odio a discreción para los desdeñosos, rotas reflexiones, desgaste, una inmaculada concepción de decepción y para más inri, el precio variaba entre los ventiún y veinti-tres días consecutivos y sin descanso de ataduras y cruces ajenas al hombro. Luego de varios de esos frascos robavidas, ya resignado, el corazón magullado seguía esbozando, sin éxito, algo por lo qué latir, porque ya no lo hacía; crujía y rechinaba como madera vieja o tuberías oxidadas.